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La suspensión del partido final de la Copa Libertadores 2018 entre los equipos argentinos River Plate y Boca Jrs dejó una estela de pérdidas en todos los ámbitos, principalmente, en lo futbolístico, y no solo en el continente, sino en todo el mundo.
Los primeros en resentirlo fueron los aficionados que se dieron cita el sábado 24 de noviembre en el Estadio Monumental, que a la postre se quedó sin la oportunidad de ver el esperado encuentro, hoy ya lejos de las gradas argentinas porque la Confederación Sudamericana de Futbol (Conmebol) decidió que el partido se jugará entre el 8 y 9 de diciembre, en sede por definir, fuera de Argentina.
Con esta decisión histórica desde la creación del certamen en 1981, la Conmebol pretende volver a dar estabilidad y certeza en los ámbitos deportivos y financieros a su torneo de clubes más importante: la Libertadores que hoy, tristemente, no hacer honor a su nombre tras las lamentables escenas en que supuestos seguidores de los llamados millonarios lanzan todo tipo de proyectiles al autobús en que llegaba el Boca para la ansiada final, hechos que siguen dando la vuelta al orbe.
Ahora, esa decisión afectará directa e indirectamente, en un primer nivel, a los aficionados que habían adquirido sus boletos no solo para el juego sino de avión y hasta hospedaje para llegar a la cita libertadora, a los que únicamente se les garantiza el reembolso de la entrada. La proyección en cuanto a turismo deportivo dejó mal parada a la ciudad de Buenos Aires.
Desde la suspensión del juego hasta la nueva cita habrán de pasar 14 días que también repercutirán en la logística de los medios que lo cubrirán porque al final la producción que se encargaría de la cobertura también tuvo que suspenderse. Ni qué decir de los patrocinadores, los propios clubes que verán alterada su agenda deportiva y tendrán que invertir en vuelos y concentraciones en la sede que se defina y, por supuesto, los aficionados de todo el mundo. La expectativa crece para el duelo del año, pero también la molestia.